Por: Antonio Luis Tobio Pertuz
Era una tarde calurosa en Santa Marta, y el sol brillaba intensamente en el cielo. Mariana, una adolescente de 13 años, estaba aburrida en casa, deseando una aventura. Justo entonces, sus amigos Mateo y Valentina llegaron a buscarla. “¡Vamos a explorar el faro!” propuso Mateo, emocionado. A pesar de que Valentina pensaba que era una locura, al final todos acordaron que sería mejor que quedarse en casa. El camino hacia el faro estaba lleno de árboles tropicales y plantas que Mariana había aprendido en sus clases de biología. Mientras caminaban, se detuvieron a observar una mariposa azul. “¡Es una morpho!” exclamó Mariana, recordando lo que había estudiado. Sus amigos la miraron impresionados. Cuando llegaron al faro, se encontraron con un lugar oscuro y polvoriento. De repente, Mariana descubrió un mapa antiguo en la pared. “¡Miren esto!” dijo, emocionada. El mapa parecía indicar la ubicación de un tesoro escondido. Valentina se mostró escéptica, pero Mateo estaba completamente entusiasmado. “Podría ser un juego de pistas”, sugirió Mariana. Así que decidieron seguir el mapa. Su primera parada fue el Parque de los Novios. Allí, encontraron un árbol gigantesco que parecía esconder algo. Al buscar entre sus raíces, descubrieron una pequeña caja con una carta antigua y un medallón. “Esto se pone interesante”, dijo Valentina. La carta hablaba de un pirata llamado Juan el Loco que había escondido su tesoro en la costa. Mariana y sus amigos, ahora más motivados, se dirigieron hacia la playa. Al caer la tarde, comenzaron a cavar en el lugar indicado. Después de un rato, su pala chocó con algo duro: ¡un cofre! Con emoción, intentaron abrirlo, pero estaba cerrado con un candado oxidado. Mariana recordó el medallón y lo usaron como llave. ¡Y funcionó! Dentro del cofre encontraron monedas antiguas, joyas y un diario del pirata. “¡Es un verdadero tesoro!” gritó Mateo. Pero más allá de las riquezas, lo que realmente valoraban era la aventura que habían compartido. Esa noche, Mariana regresó a casa con una gran sonrisa. Habían encontrado un tesoro, sí, pero lo más importante era el recuerdo de una aventura inolvidable. A veces, solo necesitas un poco de curiosidad y buenos amigos para descubrir tesoros que no se compran con dinero, sino con experiencias.