El Jardín de los Susurros 

Jaklin Sharay Angarita Acendra

Ana siempre había creído que su ciudad era un lugar común, hasta que un día, mientras paseaba por un parque antiguo, encontró una puerta de madera cubierta de hiedra. Era pequeña y parecía olvidada por el tiempo. La curiosidad la llevó a abrirla. Al cruzar el umbral, se encontró en un jardín vibrante, donde las flores cantaban suaves melodías y los árboles susurraban secretos. Todo era mágico: mariposas de colores brillantes revoloteaban y un arroyo de agua cristalina serpenteaba entre las plantas. Ana sintió que había entrado en un mundo donde los sueños se hacían realidad. Mientras exploraba, conoció a un pequeño duende llamado Lio, que tenía un sombrero de paja y una sonrisa traviesa. “¡Bienvenida al Jardín de los Susurros!” exclamó. “Aquí, cada planta tiene una historia que contar”. Intrigada, Ana siguió a Lio por senderos de pétalos brillantes. “¿De verdad pueden hablar?” preguntó, maravillada. “Por supuesto”, dijo Lio. “Solo hay que escuchar con el corazón”. Se detuvieron frente a un árbol anciano, cuyos troncos estaban cubiertos de inscripciones. “Este árbol ha visto generaciones pasar”, explicó Lio. “Susurra las historias de aquellos que han estado aquí antes que tú”. Ana se acercó, y de repente, una brisa suave acarició su rostro. Cerró los ojos y escuchó. En su mente, comenzaron a surgir imágenes: familias riendo, niños jugando, y secretos compartidos bajo la sombra del árbol. Se dio cuenta de que el jardín era un refugio para los recuerdos de todos los que lo habían amado. “¿Puedo ayudar a que estas historias nunca se olviden?” preguntó Ana, sintiéndose inspirada. Lio sonrió y asintió. “¡Claro! Puedes compartirlas con el mundo exterior. Las historias solo necesitan ser contadas”. Con la ayuda de Lio, Ana comenzó a escribir las historias del jardín. Pasó días enteros allí, dejando que las flores y los árboles le susurraran sus secretos. Cada relato que escribía cobraba vida en su mente, y pronto se dio cuenta de que el jardín no solo guardaba recuerdos, sino que también era un lugar de esperanza y sueños por cumplir. Finalmente, llegó el día en que Ana debía regresar a su ciudad. Prometió a Lio que nunca olvidaría el jardín y que contaría las historias que había aprendido. Antes de irse, el duende le dio una pequeña semilla. “Plántala en tu hogar. Siempre te recordará la magia que llevas dentro”. Ana cruzó la puerta de madera y regresó al parque. Mientras caminaba, sintió que el jardín había cambiado algo en ella. Ahora, cada vez que veía una flor o escuchaba el canto de un pájaro, recordaba las historias y la magia del Jardín de los Susurros. Con el tiempo, la semilla creció en su casa, floreciendo en colores vibrantes. Ana compartía las historias con su familia y amigos, asegurándose de que la magia del jardín nunca se perdiera. Y así, en su corazón, Ana supo que siempre habría un rincón mágico esperando por ella, un lugar donde las historias nunca terminan y los sueños siempre florecen.

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