Por: Loren Jasay Cano Padilla
En el pequeño pueblo de Santo Tomás, había un viejo edificio que había sido una escuela. Aunque ahora estaba lleno de polvo y recuerdos, los niños del barrio solían jugar cerca, soñando con aventuras y historias. Entre ellos estaba Sofía, una niña de 12 años que siempre miraba el viejo edificio con anhelo. Un día, mientras jugaba a la pelota con sus amigos, Sofía escuchó un eco que provenía del interior. Curiosa, se acercó y decidió entrar. Las ventanas estaban cubiertas de telarañas, pero a medida que avanzaba, sintió una extraña energía en el aire. Era como si las risas y los sueños de los niños del pasado aún flotaran en el ambiente. De repente, Sofía vio algo brillante en el suelo: un viejo libro. Al abrirlo, se dio cuenta de que era un diario. Las páginas estaban llenas de dibujos y sueños de niños que habían estudiado allí hace muchos años. Uno de los dibujos representaba un árbol enorme, lleno de frutas y flores, y un mensaje que decía: “Los sueños son como semillas, si las cuidas, crecen”. Inspirada por el diario, Sofía decidió que quería revivir la escuela. Al día siguiente, reunió a sus amigos y les contó su idea. “Podemos limpiar el lugar y hacer actividades para los niños del barrio”, propuso. Todos se miraron con emoción, y juntos comenzaron a planear. Durante las siguientes semanas, los niños trabajaron arduamente. Limpiaron el edificio, pintaron las paredes y organizaron un rincón de lectura. Con la ayuda de sus padres, lograron recolectar libros donados por la comunidad. La idea era que todos los sábados se realizarían talleres de lectura, arte y juegos. El primer sábado llegó, y el sol brillaba radiante. Niños de todos los rincones del barrio llegaron emocionados. Sofía se sintió nerviosa, pero cuando vio las sonrisas en los rostros de sus amigos, supo que había tomado la decisión correcta. Comenzaron con una lectura colectiva, donde todos compartieron sus historias favoritas. Con el paso del tiempo, la vieja escuela se llenó de vida. Los niños reían, pintaban y soñaban juntos. Sofía se dio cuenta de que, aunque habían revivido el lugar, en realidad, era la unión de la comunidad lo que lo había transformado. Las semillas de sus sueños estaban germinando. Un día, mientras organizaban una exposición de arte con los dibujos que habían creado, un hombre mayor se acercó. Era Don José, quien había sido maestro en esa escuela. “Nunca pensé que volvería a ver este lugar lleno de vida. Gracias a ustedes, los sueños están vivos nuevamente”, dijo con una lágrima en los ojos. Sofía sonrió, sintiendo que su esfuerzo había valido la pena. La escuela ya no solo era un edificio viejo, era un símbolo de esperanza, un lugar donde los sueños podían crecer. Y así, con cada taller, cada risa y cada historia, el eco de los sueños del pasado resonaba con fuerza en los corazones de todos. Al final, Sofía entendió que, como decía el diario, los sueños son como semillas. Y con amor y dedicación, podían florecer en algo hermoso.